Un «stop and go» por Chicago

Camino a tierras niponas, nuestro plan de vuelo contaba con una interesante escala por el norte estadounidense. Diez breves horas para recorrer el imponente downtown de la Ciudad del Viento.

Si el tiempo vale oro, pasar migraciones nos iba a costar varias onzas. Casi tres largas horas hasta encontrarnos con quién nos guiaría por la gran Chicago.
Habiendo despachado nuestros equipajes, partimos ligeros desde O’Hare hacia microcentro. La Blue Line (Línea Azul) del metro, nos dejará en pleno corazón de la ciudad, en sólo 45 minutos.

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Las calles y sus locales nos recuerdan la cercanía de las fiestas. Pero no sólo la navidad está presente, también el frío… y considerando los 40° argentinos de unas horas atrás, se hace sentir.
Con la térmica rozando el cero, decidimos realizar una parada técnica para llenar nuestros vasos térmicos con café bien caliente y continuar a paso firme.

Por la North State St. entre luces y guirnaldas, se asoma el mítico letrero del Chicago Theatre. Lo rodean las grandes tiendas y los vidriados edificios de oficinas. Uno tras otro se suceden hasta llegar al Millennium Park, a la vera del inmenso lago Michigan.
A pocas cuadras ya se deja ver la arboleda, y junto a ella, comienzan a asomarse los pétalos de hierro de una de las principales obras que atesora este parque, el Pabellón de Música Jay Pritzker.

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Un robusto pino navideño nos recibe al cruzar Michigan Ave, mientras parejas y familias posan alrededor suyo, a nuestra derecha se escucha la música y la risa de quienes disfrutan de una gran pista de hielo.
Adentrándonos un poco, subimos unas pequeñas escaleras y… allí lo vemos, el Cloud Gate (o popularmente conocido como The Bean) otra de las reconocidas esculturas del Millennium. En ella se reflejan los grandes contrastes de esta hermosa ciudad; los enormes rascacielos, con el verde parque; los que parten de su trabajo, con el turista sin prisa; y el incesante tráfico, con la calma vespertina.

Después de entretenernos un poco, continuamos el paseo apurados por el segundero. Antes de abandonar el parque, pasamos frente a la Crown Fountain y sus cientos de rostros, aunque por ser invierno no pudimos observar sus juegos de agua.
Tras unas cuadras por Michigan Ave, llegamos al levadizo DuSable Bridge. Hacia donde miremos,  el río Chicago  dibuja postales zigzagueando entre torres, hasta perderse ciudad adentro.

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Ahora sí, el tiempo de las caminatas llegó a su fin. Retomamos North State St. para despedirnos de sus antiguos relojes esquineros y sus vías sobre nivel. Nuevamente la Blue Line, pero en esta ocasión para bajarnos a mitad de camino y acompañar a nuestra amiga.

Otra vez el hemisferio norte nos impregna de navidad, todo el barrio decorado al mejor estilo “Mi pobre angelito”. Tejados, jardines, columnas y puertas repletas de luces, renos, estrellas y si… más guirnaldas.
Por costumbre, ante tantos meses con lluvia y nieve, ni bien ingresamos a su casa fue necesario descalzarse, detalle que nos iría preparando para nuestro arribo a Japón. Acto siguiente, nos hidratamos y alistamos para el regreso al aeropuerto.
Desde su celular nos solicitó un coche de Uber, desconocido en ese entonces para nosotros. En poco menos de 15 minutos, previo agradecimiento y despedida, nos encontramos regresando al O’Hare.

Y si arrancamos este tour contando los minutos, no íbamos a terminarlo de distinto modo…
La autopista estaba más cargada de lo calculado, por lo que llegamos apenas una hora antes de la salida estimada del vuelo. Y aún restaba pasar migraciones.
Pero así como menciono que nunca dejamos el cronómetro de lado, también garantizo que a cada paso que dimos, todo estuvo a favor de nuestro disfrute. Y obviamente, pasar migraciones y abordar ese avión, tampoco iba a darse de otra manera.

Veinte minutos después, el 777 de ANA sabía que nos tendría entre sus filas.